CUENTO

Ma. Elena Olivera

 

Cucharita cafetera

 

De pronto acerca su rostro, una confidencia, sus ojos se entrecierran, sonríe, yo contengo con el aliento un arrebato. Su boca se entreabre, piensa un poco hasta que descubre el color de la palabra con la que quiere seguir tiñendo su voz, ¿qué dice?, no la escucho. Se aleja un poco. Qué bonita boca.
 
Sobre la mesa, el pulgar aterrorizado se esconde tras la taza de café, el índice le roza una mano como al descuido, el menique queriendo ir a más.
 
¿Cómo es su cuerpo?, ¿qué se sentirá besar su ombligo, caminarle la piel a diez yemas? Me humedezco, me revuelvo en la silla. La cucharita cafetera, aprisionada entre dos dedos que se mueven lento anhelando su pezón derecho.
 
Se pone seria, me mira. ¿Ha escuchado lo que pienso?, se acerca mucho de nuevo. «Se me atoró el pendiente en la ropa, ¿me ayudas?» Qué ganas de lamerle la oreja izquierda. Lo sabe, seguro lo sabe, pero le gusta jugar, ponerme nerviosa para ver si doy un paso en falso para luego decirme que la malinterpreté, y salir triunfante del brazo de la chica que viene por ella algunas veces y quien al besarla le mete la lengua y le acaricia las nalgas, y ella se deja para que yo las mire bien. Seguro lo sabe.
 
Al despedirse, como sin querer me besa la comisura de los labios, yo me contengo de nuevo para no caer, debo ser paciente, nos veremos la próxima semana y entonces quizá sea ella quien no pueda aguantarse más.
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Narrativa sáfica latinoamericana, una lectura tortillera. (Resumen de tesis de doctorado en Teoría Literaria por la UAM Iztapalapa)

Hoy, a diferencia de Monique Wittig debo decir que las lesbianas somos mujeres. Wittig, como otras autoras de su tiempo, buscaba una manera de que las mujeres pudiéramos definirnos sin tener que asumir como contraparte a los hombres. Esta inquietud de un concepto propio venía desde las reflexiones en que Simone de Beauvoir dejó en claro que “no se nace mujer, sino que se llega a serlo”, y esta conformación estaba sujeta a los designios de la sociedad heteropatriaracal. Wittig, como algunas otras autoras, pensaba que las lesbianas tenían la facultad de definirse a sí mismas, y por eso decía que “las lesbianas no somos mujeres”.

Si bien Wittig se refería a la construcción de un término político amplio en el que podrían inscribirse todas las mujeres y si bien el deseo de las lesbianas no necesariamente ha estado sujeto al de los hombres, también nos encontramos frecuentemente bajo los efectos del sexismo, en la sociedad en general y además en el ámbito de la homosexualidad.

Por otra parte, en el campo literario es conocida la polémica más o menos reciente en torno a si existe una escritura de mujeres, y para comprobar una posible falacia se ha querido establecer una comparación entre escritoras y escritores actuales inscritos en el canon, entre quienes sin saber sus nombres o sus manera de pensar, al leer sus obras, sería efectivamente difícil discernir su identidad de género.

Sin embargo, en una visión retrospectiva podemos encontrar que el camino trazado por las mujeres en su incursión en la literatura, es un sendero de transgresiones y resistencias, un largo recorrido en el que las mujeres fueron conquistando desde el derecho a escribir, hasta hacerlo sobre las temáticas que quisieran y no sobre las que les fueran permitidas. Este impulso ha llevado, asimismo, a la posibilidad de la escritura sáfica, haciendo pequeños huecos en una muralla que obstinadamente se reconfigura, llamada “el deber ser”.

La escritura y la lectura han sido un espacio conquistado poco a poco por las mujeres. Fue un privilegio al que unas cuantas pudieron tener acceso antes del siglo XIX en Latinoamérica, y todavía después, en los inicios del siglo XX, se consideraba que las mujeres no tenían necesidad de leer y escribir porque habrían de casarse y dedicarse a las labores domésticas. Así que la incorporación de las mujeres a la creación literaria ha sido un camino largo y lleno de obstáculos.

En el ámbito de lo latinoamericano, cabe recordar que las llamadas obras de imaginación pura fueron prohibidas durante la Colonia, de modo que las primeras novelas fueron escritas en el tiempo en que se iniciaban los movimientos independentistas. En muchos casos el incipiente feminismo de la época y la actividad escritural coincidieron. Hay que recordar que las luchas de independencia y la obtención de ésta difiere en fechas entre los distintos países latinoamericanos, de manera que en la conformación de las primeras naciones no hubo una influencia propiamente feminista pero en las subsiguientes, como en Cuba y Argentina, se pidió la consideración de derechos para las mujeres en los documentos de constitución de los nuevos países, aunque no se logró que así fuera.

Las mujeres que comenzaron a luchar por un trato digno también fueron quienes comenzaron a publicar, gran parte de ellas eran maestras y en menor medida obreras. Las escritoras se iniciaron, por lo general, participando en publicaciones periódicas con artículos educativos, de reflexión y hasta de política, pero éstas también fueron el vehículo de sus primeros poemas y narraciones literarias. En aquellos tiempos hubo un fuerte vínculo entre feminismo y periodismo, pues por este medio se lanzaban ideas en favor de la dignificación de las mujeres y, ya desde entonces, por su consideración como ciudadanas.

El tránsito del periodismo hacia la literatura no estuvo exento de cuestionamientos, si una mujer escribía, levantaba sospechas; pero si además leía y escribía fuera de los géneros que se consideraban acordes a sus virtudes como la biografía, el género epistolar y la poesía sensible, entonces estaba en un gran peligro de perder su feminidad social.

En aquellos tiempos, para elogiar a una escritora la crítica masculina decía que su escritura era viril, pero a la vez los mismos u otros críticos salían en defensa de ciertas mujeres explicando que no obstante la fuerza de su escritura y su incursión en determinados temas, dichas autoras eran mujeres, “muy mujeres”, dedicadas a su marido, a sus hijos y a su hogar. ¿De qué se trataba esta sospecha entonces? Tal vez era el temor a las mujeres independientes, a las que se asociaba con la masculinidad e incluso al safismo, que a su vez estaba relacionado con el ambiente prostibulario.

Con todo, las mujeres se fueron inscribiendo en la actividad literaria, y así como se vieron en la necesidad de configurar un concepto de sí mismas a partir de sí mismas, algunas también sintieron la necesidad de conformar una escritura propia, tomando como base la experiencia y el cuerpo femeninos, sin embargo estas tendencias se apegaron en ocasiones a la biología o a un sujeto mujer único. Las mujeres mestizas, negras y lesbianas, entre otras, se vieron frecuentemente excluidas en estos intentos de definición. ¿Cómo fue posible que desde esos lugares de ominosa sospecha y exclusión se llegara algún día a concebir una escritura sáfica, y específicamente latinoamericana?

Para responder a esta pregunta necesitamos indagar en el por qué pasan las cosas, cómo pasan, cómo se narran, y en el por qué y cómo pasan las cosas en lo narrado.

Como vimos, si bien es difícil enunciar que la escritura femenina contiene una diferencia intrínseca con respecto a la masculina, sí se puede decir que ha habido una escritura que le fue permitida y conferida a las mujeres, sobre todo con tendencia sentimental; que la literatura femenina ha sido un proceso de osadías y rupturas en la que fue complicado adquirir un oficio escritural, y que ha habido mujeres que han buscado recuperar la creación literaria de las escritoras para hablar de una historia de la creación y crear una escritura propia o reapropiada con distancia de la simple imitación de los cánones literarios masculinos. La escritura sáfica ha recorrido un camino similar, de hecho ha compartido parte de ese recorrido dejando en las entrelineas apenas un rastro oculto, y sólo de manera reciente ha ido encontrando su especificidad y visibilidad frente a distintos mandatos como el patriarcal, el feminista e incluso ha ido escapando a un “deber ser” de ciertas corrientes lesbianas.

El análisis de esta literatura requiere de una visión compleja, la conjugación de miradas amplias y de las parciales, de la historia de las mujeres y de su actividad escritural, por regiones, por autoras y por obras, y en muchos casos, además de la consideración de género y de sexualidad, de las identidades trasnacionales y fronterizas, y de las narrativas nacionalistas o de exclusión en América Latina. Asimismo, para seguir los pasos de la conformación de estas narrativas, se necesita buscar sus vínculos con los feminismos y los movimientos contra la homofobia considerando la literatura un proceso inmerso en múltiples procesos de las sociedades, un constante diálogo entre lo particular y lo general, para evitar nuevas esencializaciones o miradas que tiendan a la parcialización. Ese es un trabajo de largo aliento, por eso en esta investigación de tesis realicé un ejercicio de lectura tortillera de la narrativa sáfica sólo de tres países.

Así, los objetivos de la investigación doctoral, cuyo contenido explico en estas líneas, fueron proponer una lectura que se situara en la tensión generada entre los estudios feministas, la perspectiva lesbiana, la teoría queer y el descolonialismo latinoamericano, y analizar algunos cuentos o novelas de autoras de Cuba, Argentina y México centrados igualmente en dicha tensión de antagonismo-afinidad.

En esta perspectiva descolonizadora ha surgido la necesidad de una reconstrucción de la historia y de las historias como propuesta metodológica y politizadora ante las distorsiones que suelen vaciar de contenido los términos y las acciones; de la misma manera, se asume la multiplicidad bajo rubros, por la necesidad de nombrarlos, pero desde sus propios bordes o fronteras.

Los estudios de la lesbiandad han precisado de mantener un pie en la crítica feminista y otro en los estudios homosexuales, y desde ese lugar han configurado teorías propias. En el ámbito de la homosexualidad han tenido que alzar la voz feminista contra la prevalencia de los valores masculinos, pero también han criticado a los feminismos que las ignoran. Sin embargo, están en el grave riesgo de normalizarse y esencializarse también, al proclamar entre sus filas una imagen positiva y restrictiva en el concepto de lesbiana, de cultura lesbiana y de autonomía. Como dice Gioconda Herrera en su artículo “Los dilemas de la diferencia”, el quehacer interpretativo desde el feminismo –y agrego, desde el lesbianismo– ha estado marcado por la tensión entre ser y el deber ser. [Herrera 1999: 22-28]

Esta lectura, a partir del entrecruzamiento mencionado, no sólo permite reconocer textos que subvierten configuraciones sociales y políticas, como la conformación de las naciones y su organización, consideradas como “naturales”, sustentadas en el privilegio masculino y en la heterosexualidad; sino los que también cuestionan las configuraciones que habiendo enarbolado las banderas no hetropatriarcales se amoldan ahora a la zona segura de lo “tolerable” con una mayor preocupación en un “deber ser” que en el “ser”, en un “deber ser” que intenta unificar conductas en lo correcto, y no en un “ser” que reconoce la multiplicidad identitaria, disociando y reasociando de otras maneras calidad humana, género, sexualidad, racialidad, nacionalidad, estrato social, etcétera.

Para desentrañar esta especificidad y su historia, la teoría queer, el feminismo de la diferencia y la crítica lesbiana, han propuesto formas aisladas de análisis literario, y si bien dichas  perspectivas tienen mucho en común, es en la tensión que se genera entre ellas, por sus particularidades, donde es posible enriquecer los puntos de vista para generar una lectura capaz de conjugar la irreverencia de lo queer, la multiplicidad en ámbito de lo femenino y la aparente parcialidad de la tematización sáfica, a partir, además, de una mirada desde Latinoamérica.

Llamo tortillera a esta propuesta de lectura para retomar el sentido sarcástico e irreverente que contiene la resignificación que le dieron activistas no homo o heteronormados y teóricas feministas estadounidenses a la palabra queer, para hacer evidente que en español y particularmente en Latinoamérica no tenemos un término que equivalga en contenido cultural y significado a queer, pero además ante la necesidad de seguir hablando de mujeres y específicamente las no heteronormadas y de su diversidad identitaria, en un mundo que, aunque queer o diverso, sigue privilegiando a un grupo predominante de hombres.

Esta lectura no puede llamarse simplemente lesbiana o feminista, porque no busca la unicidad de experiencias de vida o corporales, una sororidad natural, la bondad, el heroísmo, la victimización o cualquier característica fija que algunas corrientes lesbianas y feministas han propuesto a lo largo del tiempo; ni queer, porque en esta perspectiva aún es necesario hacer énfasis en la descolonización patriarcal y en la cultural.

Los textos elegidos develan, a la luz de esta interpretación, falsedades e imposturas, o exacerban determinadas conductas y puntos de vista como estrategia para descentrar y subvertir percepciones que tienden a la naturalización y a la reivindicación. Asimismo, esta lectura tortillera advierte representaciones de diferentes juegos de poderes en los que se desenvuelve la diversidad lesbiana. En varias de estas obras se expresa no sólo la marginalidad de las migrantes lesbianas, o de las que piensan diferente, la inexistencia de una solidaridad “natural” entre mujeres y una crítica a feministas y feminismos esencialistas o faltos de autocrítica ética, sino también cuestionan posicionamientos lésbicos que promueven una imagen andrógina y de bondad como la deseable, que condenan la bisexualidad y desprecian la masculinidad sáfica.

Esta propuesta busca complejizar la interpretación al interrelacionar  literatura, sexualidades disidentes y culturas latinoamericanas, la estrategia consiste en considerar no sólo el análisis al interior de las obras literarias sino hacer manifiesta la genealogía que las hizo posibles: las condiciones en las que fueron surgiendo las escritoras en cada región y en las que comenzaron a incorporar la temática sáfica hasta que ésta ha podido ser eje central de las historias narradas, y las condiciones concretas en que emergieron las narradoras de lo sáfico, en lo particular cuándo se detectan “las primeras narraciones de su tipo”, que suelen ser nudos que generan nuevos brotes, y algo de la historia personal de estas escritoras que puede tener alguna referencia en su obra literaria y que suele generar intra e intertextualidades.

Cuando las mujeres comenzaron a escribir literatura se vieron limitadas por las sospechas sobre su feminidad. Pero tarde o temprano, tanto en Cuba como en Argentina y México, las escritoras fueron transgrediendo dichas limitaciones. Es sorprendente, por ejemplo, la manera en que en Cuba los temas del feminismo y la sexualidad fueron tratados en las primeras décadas del siglo XX, a partir de los trabajos de Mariblanca Sabás Alomá reunidos en gran parte en su libro de 1930, Feminismo, cuestiones sociales y crítica literaria en donde reprodujo un artículo en contra del llamado garzonismo (1928); asimismo son notables las reflexiones de Flora Díaz Parrado en defensa de dicha orientación sexual y  la configuración de una personaje secundaria lesbiana en la novela de Ofelia Rodríguez Acosta, La vida manda, que en 1929 escandalizó por su visión sobre la sexualidad y el amor libre.

En Argentina, en 1845 se publicó la que para algunos autores es la primera novela del país independiente: La familia del comendador, de contenido antiesclavista en un ambiente matriarcal; en sentido similar la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda había publicado su novela Sab (1841), contra la esclavitud y el sometimiento femenino, y en 1842 publicó Dos mujeres, una crítica al matrimonio. En México, la española Concepción Gimeno abrió el panorama en 1885 con el Suplicio de una coqueta, y mucho más tarde Laura Méndez de Cuenca, en 1902, publicó por entregas El espejo de Amarilis, aunque el cuestionamiento al deber ser en torno a la sexualidad se vio claramente plasmado hasta 1938 en Andréida novela de Asunción Izquierdo, cuya justificación de un final conservador por “cobardía”, en el epílogo, es muy interesante e ilustra bien las dificultades temáticas de las escritoras mexicanas; en éste dice que

A fuer de sinceros y veraces, gustosamente hacemos constar que en la feliz solución a la magnífica vida de la sin par Andréida, influyó, no poco, la cobardía de la mano femenina que la plasmara en letras. Mano cobarde que, espantada de su audacia, se apresuró a alargarle la rehabilitación, la suprema redención de su heroína, dentro de una forma suave y rosada… [Citada por Leñero 1992: 94].

En cada uno de los países la inercia del feminismo iniciado en el siglo XIX, se vio frenado por diferentes circunstancias, en Argentina este retroceso se dio durante la llamada “Década infame” que inició con el golpe militar de José Félix Uriburu en 1930; en México, al término el gobierno de tendencia socialista de Lázaro Cárdenas, durante los años cuarenta y hasta finalizar los sesenta, y en Cuba, tras la revolución a fines de los años cincuenta. En los dos primeros se trató de una vuelta a regímenes conservadores y en el caso de Cuba a que se pensó que el movimiento feminista había triunfado con la revolución y los grupos pro mujeres fueron absorbidos por el Estado. Estos vaivenes políticos han ido llevando a la pérdida de confianza en que algún sistema socio-económico, o algún régimen en particular, sería el apropiado para mejorar la situación de las mujeres heterosexuales y homosexuales, desconfianza que se trasluce en la narrativa tortillera reciente.

Así como existen ejemplos de disparidad en la incursión en los temas sobre mujeres y sociosexualidad desde la mirada femenina, el safismo de manera central y bajo la autoría de mujeres surgió con diferencias temporales y de perspectiva en cada región. Las primeras narraciones en los países elegidos para este estudio, Argentina, México y Cuba, son “Monte de Venus” (1976) de Reina Roffé, Amora ([1983] 1989) de Rosamaría Roffiel y “Dos almas perdidas nadando en una pecera” (1990) de Ena Lucía Portela, respectivamente, las cuales causaron reacciones adversas en los primeros dos casos y de curiosidad, sorpresa y, finalmente, buena acogida, en el tercero.

Reina Roffé hizo de su protagonista lesbiana la versión femenina de un pícaro, mujer poco interesada en sumarse a la lucha por cambios políticos y feministas aunque pudieran ser en su beneficio y quien por sus malas decisiones, al buscar sólo diversión y una vida fácil a costa de los demás, pierde la custodia de su hijo, en este sentido en el trasfondo existe una visión aleccionadora que deja ver en las entrelíneas la consideración de un deber ser femenino y lésbico. Esto es más evidente en Amora de Rosamaría Roffiel, quien parodia la narrativa del realismo socialista al construir una heroína feminista lesbiana socialista –en contradicción con el “hombre nuevo”–, que se enamora de una mujer heterosexual (uno de los tópicos recurrentes en la narrativa sáfica) que no cree en la monogamia; en este texto se manifiesta  “el deber ser de las lesbianas” de manera explícita y  se expone, al final, una preocupación ante la presidencia de Miguel de la Madrid, parte de la dictadura del partido priísta, quien promovía, en aquel entonces, una campaña de “renovación moral de la sociedad” [ver Olivera 2009].

Ena Lucía Portela, en su primer cuento, creó una lesbiana suicida y una heterosexual que ante ese hecho fatal se enfrenta a la ironía de sentir que también la amaba. Más tarde, la propia Portela rompería esas miradas con “Sombrío despertar del avestruz”, que reproduce el tópico del enamoramiento por una chica heterosexual, pero juega con las posibilidades de aceptación o rechazo, la estructura del cuento, la trasgresión de niveles y tiempos en la narración y las narradoras, y con la autoficción al dar a entender que la protagonista y la autora real son la misma ya que comparten la autoría de “Dos almas perdidas…”; pero es, sobre todo, en su cuento “Una extraña entre las piedras” donde despliega un mosaico que da cuenta de la fragmentación de las identidades lésbicas, específicamente latinoamericanas dentro de los Estados Unidos, deconstruye las representaciones de lesbianas políticamente correctas, y cuestiona además los feminismos esencialistas. En los dos primeros casos, los de  Argentina y México, hubo censura (de muy distinta forma) y tal vez esto hizo lento el desarrollo de una tradición narrativa lésbica y con propuestas menos osadas en comparación con las de las cubanas, quienes sufrieron una mayor represión y por más tiempo, de manera que a partir del “periodo especial” –durante el cual se abrieron los temas y formas de la escritura, como una válvula de escape–, estas escritoras han ido construyendo una prolífica red de escrituras e intertextualidades, fuera de los cánones cubanos literarios, hetero y homonormados, con los que se construyó la idea de nación.

“Chica fácil” de Cristina Civale, abrió el camino a las posibilidades ambiguas al integrar a una lesbiana travestida y a una mujer “heteroflexible”, y al exacerbar los papeles asignados por género y contrastarlos con los juegos de seducción/dominio, en una narración sencilla y lineal en donde “la miseria” se mira sólo a través de la ventana, lo que pone a sus personajes en un nivel socioeconómico privilegiado. Asimismo, en las obras analizadas en esta tesis no se encontró la integración de la identidad indígena, lo más cercano fue alguna alusión en “Mariquita Sánchez” y en “De un pestañazo”, protagonistas lesbianas probablemente indígenas en mundos mestizos. Y, por otra parte, con excepción de la narrativa de Dalia Rosetti, las clases sociales representadas en los textos del corpus revisado son en su mayoría media y alta.

El elemento que cruza todas las obras es el del poder, las diferentes formas en que se manifiesta y las relaciones de sumisión/dominación en las que “la sumisa” (o la “dubitativa”, en el caso de las obras de Dalia Rosetti) no necesariamente carece de poder.

Artemisa Téllez en Crema de vainilla lleva a otro nivel los juegos lésbicos de sumisión/dominio y a manera de una crítica al deber ser femenino aún existente en los feminismos y lesbianismos –que se hace evidente cuando como lectoras experimentamos la necesidad de hacer juicios de valor sobre la conducta de las personajes–, presenta una situación sadomasoquista (una ruptura drástica con lo llamado amor romántico) en la que la posible o imaginada salida a este panorama de violencia deseada sería preferir la violencia social criminal impuesta. De manera semejante Dalia Rosetti cuestiona un deber ser literario, no sólo con la incorporación de personajes femeninos marginales, decadentes y no heteronormados, sino al ofrecer una narrativa que no se preocupa por el lenguaje, el argumento, la trama ni la verosimilitud.

Ninguna de estas narraciones se encuentra visiblemente vinculada con los eventos políticos, sociales o económicos de cada región; sin embargo, en textos como “Una extraña entre las piedras” de Portela, Dame pelota de Rosetti, y Crema de Vainilla, entre otros, se trasluce de alguna forma el fracaso de los sistemas político-económicos sean los neoliberales o los llamados socialistas, con la consecuente desesperanza, de manera que bien podrían compartir con lo que se ha denominado el realismo sucio una intención crítica en este fin de las utopías, a partir de la degradación.

En otros de los textos narrativos elegidos se observa cómo a partir de la parodia se busca integrar en la conformación de lo nacional latinoamericano (o lo regional) la participación de mujeres disidentes de la heteronormatividad, al transformar, por ejemplo, un momento de gran simbolismo, como el de la creación del himno nacional argentino, en “Mariquita Sánchez” de Paula Jiménez; y en la ficcionalización de una parte de la vida del/la coronel/a zapatista de la revolución mexicana Amelio/a Robles, en “De un pestañazo” de Victoria Enríquez. En algunos otros textos también aparece la conformación de lo nacional y lo latinoamericano aunque no sea tan evidente o esté plasmado de otra manera; por ejemplo, es posible identificar un sentimiento de pertenencia o de la pérdida de ésta, en los conflictos políticos de la Argentina de los años setenta reflejados en el microcosmos escolar de Monte de Venus de Reina Roffé; en el contraste de las vivencias de un grupo latinoamericano de alumnas de literatura en el ámbito nuevayorkino, en “Una extraña entre las piedras” de Ena Lucía Portela, en los cuentos de Sonia Rivera que expresan una sexualidad a “la cubana” o incluso en el tema de las luchas “a la mexicana” en “A dos de tres caídas” de Elena Madrigal.

Por otra parte, la exclusión de lo no heteronormativo en cada país ha sido diferente; Odette Alonso en “Un puñado de cenizas” (que contiene como varias de las obras mencionadas rasgos de realismo sucio) también pone en evidencia el rechazo de lo homosexual en la construcción de lo nacional cubano y la no pertenencia ciudadana de su protagonista lesbiana a la cual se expulsa completamente del sistema gubernamental y de todo sistema social. En contraste, en la mexicanización de sus cuentos lésbicos las situaciones suelen tener un menor grado de “agonía” o incluso carecer de ella, como si la homosexualidad fuera una identidad sin conflictos en el ámbito de lo mexicano. No obstante, “la política del cuerpo” que reprime las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo, no explicitada pero existente, se corresponde con la política de control desde el Estado, manifiesta en las leyes excluyentes, por ejemplo.

Entre algunas de las características del realismo sucio podemos mencionar que el escritor o escritora no juzga sino muestra, se conforma de personajes marginales; recrea un lenguaje hablado cotidiano, vulgar y en ocasiones soez, representa una sociedad decadente, puede contener sexo directo y explícito, y busca recrear las sensaciones de los o las personajes.

La conformación de un “deber ser” en la persistente búsqueda de identidades utópicas y correctas ha relegado el reconocimiento de la variedad de comportamientos humanos, no necesariamente deseables, y particularmente en el caso de las mujeres y con ellas de las lesbianas, lo que ha dificultado, a final de cuentas, un acercamiento honesto a la multiplicidad en la conformación identitaria.

Los planteamientos de los cuentos de Paula Jiménez, Cristina Civale, Victoria Enríquez y Elena Madrigal, guardan distancia respecto a la condición “sucia” de dicho realismo, y los de Ena Lucía Portela, Sonia Rivera Valdés, Odette Alonso, Reina Roffé y  Artemisa Téllez aunque en algo se parecen, no caben totalmente en el llamado realismo sucio, porque a su vez lo han subvertido,  comenzando porque sus mundos son femeninos, pero como su narrativa contiene algunos rasgos de éste, podríamos llamarle irónicamente al suyo, “realismo percudido”, en el que las autoras se manifiestan actualmente contra todo deber ser pulcro y utópico, y contra cualquier política de la higiene mental, sexual y física, que alcanza no sólo los comportamientos sino las formas y las funciones corporales de las mujeres, en una suerte de multiplicación de la condición humana de las lesbianas, y eso es lo que dichas autoras, a grandes rasgos y a final de cuentas, nos proponen en sus textos, a la luz de esta lectura tortillera.

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Blanco Móvil

 
 
 
 
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Entre amoras

Entre amoras. Lesbianismo en la narrativa mexicana

 

Queridos amigos y amigas, por fin he visto uno de mis grandes sueños realizado: la publicación de un libro, cuyo contenido me parece importante porque aunque la narrativa lésbica ha experimentado un auge en los últimos tres años, es aún un mundo desconocido. Entre amoras es un libro que nos dice que hay un desarrollo de la narrativa sobre mujeres homosexuales, relacionado con la historia social y de las mujeres en particular. Francesca Gargallo me hizo favor de prologar el libro y Carolia Paniagua me permitió utilizar como portada su pinura "Morada enamorada" como un homenaje a Beba Pecanins (1964-2009). Ojalá les guste.

(Ya está a la venta en el CEIICH-UNAM: 56 23 00 28 y en el FORO CULTURAL “VOCES EN TINTA” NIZA 23-A. ENTRE REFORMA Y HAMBURGO. ZONA ROSA. CUAUHTEMOC, D. F. TEL. 5533-711 http://www.vocesentinta.com , también yo se los puedo conseguir: 56 23 04 27. Pronto estará también en conocidas librerías del país)

 

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Un trío de herejes

 
Buscando entre algunos textos que hace tiempo escribí me encontré éste que habla de tres escritoras a quienes aún no les he dedicado los comentarios que sus muy buenos trabajos merecen. Sirva la publicación de este escrito como un adelanto: 
 

 

Noviembre de 2006

[…]

 

Titulé este texto un trío de herejes, por no llamar a Odette, Artemisa y Norma un trío de brujas. Y no es que quiera ofenderlas, es que antiguamente a las mujeres que se atrevían a transgredir los cánones sociales y religiosos se les acusaba de brujas. Así que para que no se vayan a ofender mis tres amigas les he dado la calidad de herejes, y en una de esas puede que hasta les agrade el calificativo cual título honorario, si les digo que según el diccionario no sólo se les llama así a quienes se manifiestan contrarios a la Iglesia Católica sino a quienes se oponen a los principios comúnmente aceptados en determinada materia, en este caso, a la heteronormatividad. Y si revisamos su literatura creo que al asumir con ella una posición de franco enfrentamiento con el mencionado sistema dominante, tal vez podríamos decir que estas tres escritoras son disidentes sexogenéricas. En realidad con el presente texto les comparto una reflexión sobre este asunto, porque aún siento que hace falta esclarecer qué es lo que entraña, en la práctica y no en la teoría, la disidencia sexogenérica literaria. Parece clara una posición disidente en textos como los de Rosamaría Roffiel, pero la narrativa lésbica y lesboerótica se ha ido transformando, quizá en pro de un mayor peso al sentido literario, por lo que la presencia de un yo lésbico se ve diversificada en voces y tiempos, que inciden directamente en la construcción de los personajes, pero esta presencia también se expresa de maneras diferentes en las propias autoras.

 

Los y las disidentes sexogenéricas se oponen activamente a la opinión, la política y a la estructura establecida, utilizan generalmente medios no-violentos como la crítica expresa a la ideología dominante, la transgresión de la biología como destino, el ejercicio de su práctica sexual y la manifestación cotidiana de su identidad sexual. La disidencia no necesariamente se dirige contra algo, sino que implica un desacuerdo o una distancia tomada con los poderosos. El conflicto no siempre es directo sino que se buscan alternativas y espacios de legitimidad.

 

Aunque quien elige la disidencia también suele sufrir acoso y persecución, la diferencia entre ésta y la proscripción es una toma de posición, una perspectiva, un sesgo que implica que quien es disidente asuma una actitud, para separarse de una posición política, una ideología, una tradición, o de la práctica sexogenérica hegemónica; en cada caso, un canon que se impugna.

 

El camino que explica la aparición de narrativas concretamente lésbicas y lesboeróticas en México, incluye la influencia de la literatura griega de la antigüedad, la incorporación de Safo como símbolo poético en todos los tiempos, inspiración de poetas neoclásicos, escritores románticos y escritoras feministas decimonónicas, de poetas simbolistas y parnasianos en los inicios del siglo XX, de mujeres liberales y escritoras lesbofeministas, a finales del siglo; incluye también, la tardía aparición de la novela, cultivada esencialmente por varones, y su desarrollo nacionalista, la influencia de corrientes literarias europeas que trastocaban los valores morales del momento, las rupturas estéticas de una generación literaria a otra, la más tardía incorporación de las mujeres como narradoras y la trayectoria que siguieron para romper con censuras y autocensuras que no sólo frenaron el reconocimiento de la literatura femenina sino también el surgimiento de la literatura erótica escrita por mujeres y la lésbica, la cual sólo fue posible tras la creación de la literatura gay.

 

Pero hoy yo les quiero hablar de mis tres heréticas y eróticas amigas, porque si bien, ninguna de ellas fue iniciadora del cuento lésbico en México, honor que corresponde a Beatriz Espejo por su cuento “Las dulces”, ni del erotismo entre mujeres y para mujeres, porque se les adelantaron Sor Juana y Nancy Cárdenas, ellas son quienes han publicado cuentos lésbicos más recientemente: Un encuentro y otro, libro de Artemisa Téllez de 2005, Con la boca abierta, volumen de cuentos de Odette Alonso de 2006 y Dos cuentos “El príncipe” y “Entre la comidilla y el silencio” contenidos en el libro El muro de los gentiles de Norma Mogrovejo, también de este año.

 

No obstante mi terca obsesión por encontrar en ellas similitudes, es más fácil encontrar diferencias, no sólo porque Artemisa, la más joven de la las escritoras es la única nacida en México, Odette es de Cuba y Norma de Perú. Esto marca distintas narrativas porque si bien Artemisa habla de algún viaje a España, siempre lo hace desde su perspectiva mexicana, Odette y Norma, aunque nacionalizadas y con bastantes años de vivir en México, cuentan entre líneas su añoranza natal y en sus libros escinden la memoria en la binacionalidad.

 

¿Por qué tratar de integrar entonces a Norma y a Odette a mis estudios de narrativa lésboerótica mexicana? Pues en primer lugar, porque no logro despojarme de mi subjetividad, y la admiración y cariño que les tengo hacen que quiera mirarlas desde lo propio; en segundo lugar, y ya un poco más distante de mis emociones, ellas ya son mexicanas de manera legal y, en tercer lugar, porque ambas han incursionado en la narrativa lesboerótica a partir de su estancia en México, lo que además ya está teniendo influencia en quienes tal vez pronto se decidan a seguir este camino lesboliterario.

 

Norma llegó a México, autoexiliada, en busca de una mayor libertad para vivir de acuerdo con sus convicciones. En Perú estudió Derecho y aquí Ciencias Sociales y Estudios Latinoamericanos, es decir, no es literata de profesión, sus cuentos son producto del Taller de Narrativa para Mujeres iniciado en el Centro Integral de Apoyo a Las Mujeres de la Delegación Venustiano Carranza. Los cuentos contenidos en El muro de los gentiles, publicado por la Universidad de la Ciudad de México, reflejan no sólo sociedades costumbristas tamizadas por la fantasía, sino, sobre todo, la filiación feminista que adquirió muy joven en Arequipa y reforzó en México. Por ejemplo, sus cuentos de amor entre mujeres, que por cierto se encuentran en la sección mexicana de su libro, lejos de ser sólo historias amorosas, se entremezclan con la denuncia de la opresión social por razones de género y de orientación sexual. En “El príncipe” una mujer casada de Aguascalientes, en sus vacaciones en el DF, se enamora de quien en realidad es la mujer-príncipe, el marido posesivo y golpeador va por ella y la príncipe intenta ayudarla:

 

          Y ahora, ¿qué hacemos?- preguntó el Lacayo…

          No sé pues… ¡rescatarla! –propuso el Príncipe.

          ¡Estás loca! –prorrumpió Susi – ¡ya viste como vino ese cabrón! ¡Con pistola en mano!

          ¡Es que se la llevó a la fuerza! ¡Tú la viste, ella no quería irse! ¡El buey cree que ella es de su propiedad! Y tú, ¿no que muy feminista?, ¿no que en contra de la violencia hacia las mujeres? ¿Qué vas a hacer?, ¿te vas a quedar de brazos cruzados?, ¿vas a ser cómplice de ese pinche golpeador?

 

Las amigas convocan al Batallón Nacional de Víctimas de la Violencia, para salvarla, pero finalmente la princesa, insurrecta ante los golpes, cede ante las súplicas del marido y se niega a ser rescatada.

 

En “Entre la comidilla y el silencio”, Mogrovejo plantea la paradoja del secreto a voces:

 

La madre lo sabía. Roxana sabía que la madre lo sabía, algunos parientes también lo sabían, otros lo sospechaban y todos hablaban por lo bajo, nunca delante de la madre.

 

Después de un escándalo en el pueblo que hace público el secreto, y ante el escarnio social, Roxana decide alejarse para vivir la vida que la hace feliz. Ambos cuentos están narrados de manera sencilla y lineal, en ellos resulta evidente la importancia que se le da al vínculo social de las historias y a la posición política de la autora implícita, de hecho la autora real se asume disidente sexual, lo que establece una abierta correspondencia entre creación literaria y autora.

 

Odette Alonso nació en Santiago de Cuba en 1964, es filóloga, poeta, narradora y ensayista. Antes de su llegada a México ya tenía una reconocida trayectoria literaria, aunque no en la narrativa. Ha recibido premios de nivel internacional por su poesía, en México y en Nueva York. Su libro de cuentos Con la boca abierta fue publicado recientemente en la colección Safo, por Odisea Editorial, en Madrid, España. El volumen reúne 8 cuentos, en los que, en términos generales se privilegia el deseo y el erotismo amoroso.

 

Si bien se advierte en sus textos alguna salpicadura de denuncia, en lo que Odette se esmera realmente es en la construcción precisa de sus personajas, sus formas particulares de expresarse, de ser, en los ambientes emocionales y físicos en los que se desarrollan las historias, en la configuración de las tramas, lo que implica el juego de tiempos y voces narrativas. Odette nos relata historias de amor, de deseo, de desamor y en ellas se advierten los vínculos con las historias reales de mujeres que aman a otras mujeres al relatarnos sucesos que muchas hemos vivido de manera similar, pero además las estructura en su aparente sencillez en una trama literaria que incide de manera lúdica. Destaca en su quehacer literario su sentido del humor y habilidad para narrar escenas eróticas (con mujeres y hombres) desde el punto de vista femenino. Sus personajas se relacionan sexualmente, pero también amorosamente, en este sentido podríamos hablar de una perspectiva sexo amorosa de su erotismo.

 

En contraste Artemisa, quien también se esmera en la construcción literaria, estructura sus escenas erótico sexuales tratando de hacer a un lado los fines amorosos. Hay en sus personajas un constante rechazo al compromiso y al enamoramiento, dice en uno de sus cuentos:

 

¡¿Amor?! Tranquila, no te claves, si esto va a ser un lío, mejor no lo hacemos, yo te quiero mucho y no hay bronca ¿vale?

 

Pero a fin de cuentas en esa obsesión por esconderse del amor, en esa carrera tras el ejercicio sexual por el sexo mismo, hay una constante: un vacío, algo que queda inconcluso, una insatisfacción en la mayor parte de las personajas. La realización del deseo entre dos antiguas amigas, a condición de no clavarse, de no encontrar lo que se buscaba, de mejor olvidar qué se buscaba; la ansiedad ante la promesa de reencuentro que significaría un número telefónico, si éste no fuera falso; una chica que llora desconcertada en un cuarto de hotel tras la huída de otra, que cada día tiene sexo con alguien distinto, o  la chica que espera en vano a una prostituta en un hotel porque “con ellas se puede hablar” y al final llena de alcohol se mira en el espejo y se reconoce con fastidio: Sólo soy yo, otra vez. De tal manera, la compilación de sus cuentos titulada Un encuentro y otros, bien se podría haber titulado, Un desencuentro y otros, títulos ambos que aluden a una búsqueda, en el primero pareciera ser una búsqueda saciada en la acción de haber encontrado, en el que propongo es una búsqueda insatisfecha, una búsqueda constante, una búsqueda que no termina aún. ¿Qué es ese algo inacabado, lo que no se ha encontrado, el motor que mueve las historias?

 

Me parece que las personajas de Artemisa están aún en busca de identidad, el glamour que parecen significar las relaciones efímeras, se ve desdibujado por una infelicidad constante que impulsa a seguir buscando. ¿Qué buscan las personajas de Artemisa en otras chicas?, me parece que desean encontrar en las otras un reflejo, una imagen satisfactoria de sí mismas que las otras-espejo les puedan devolver.

 

Me parece revelador en este sentido un cuento que parece salir del esquema, el del enamoramiento de una niña, a la única que se le permite el amor, quizá porque se piense que es muy pequeña para el deseo. Ese amor tampoco se da a fin de cuentas, no obstante no deja huella de insatisfacción, de vacío, parece constituir un bello recuerdo que entonces llena (como en el caso de la añoranza de las personajas de Odette). Pero además esa irrealización infantil no importa, porque ha sido en realidad el transfondo, para otra que sí ocurre: el de las dos monjas, maestras de la escuela en que estudiaban las pequeñas. Este encuentro es el único que se realiza, y lo que son las cosas, éste significa también el encuentro de dichas ex-monjas con su identidad real. Quizá la única posibilidad para encontrar reflejado en otra la propia identidad positiva, sea a partir del amor. Pero las personajas de Artemisa no están muy seguras de ello y prefieren seguir buscando.

Así pues, encontramos tres formas prácticas de disidencia u oposición a la heteronormatividad en la literatura: 1) la de denuncia social directa, que vimos en las personajas de Norma, quienes no obstante los obstáculos mantienen siempre una actitud de esperanza, las personajas están listas para enfrentar lo que vendrá, a partir del logro de una identidad positiva. 2) la disidencia en la que se sublima lo social y predomina lo amoroso-erótico, con la construcción de personajas plenas incluso en su añoranza. 3) La disidencia como búsqueda de identidad, y como autocuestionamiento en la resaca tras el embriagador placer de una noche (la disidencia desdichada pero esperanzada).

 

Lo anterior en cuanto a las personajas, pero ¿Es necesario que las autoras se autoposicionen también como disidentes sexuales, para que su literatura lo sea?

 

No lo sé, porque los cuentos y poemas de Odette se oponen a las construcciones heteronormativas, tanto por el hecho de referirse al amor entre mujeres y hacer todo un libro de cuentos lésbicos (lo que implica una transgresión al canon literario, por el que se considera que la producción no debe limitarse a cuentos homosexuales, porque los escritores tienen que mostrar una capacidad de tratar todos los temas), como por las ideas manejadas en los cuentos; pero ella, curiosamente, no se considera disidente e incluso cuestiona el que se escriba teniendo en mente siempre una posición política.

 

El caso de Norma es distinto porque construye identidades lésbicas positivas en sus textos, sus personajas asumen un papel social y sus cuentos son de franco cuestionamiento al heteropatriarcado, y ella misma se define disidente. Aunque quizá, en ese posicionarse políticamente, deje de lado la riqueza en los recursos literarios con los que se da a las y los lectores la posibilidad de participar en la construcción de las historias.

 

Artemisa también se auto define disidente sexual, de lo que no estoy muy segura es de que construya identidades lésbicas positivas (lo que por otra parte tampoco es una carencia), en todo caso, construye personajas homosexuales en busca de identidad.

 

Estas tres herejes transgreden el canon literario que se ha fincado en supuestos valores universales que han defendido, en realidad, el punto de vista masculino y la reproducción de conceptos de vida heteropatriarcales. Las tres son herejes de la literatura, las tres se han definido en sus textos, pero siguen en ese camino de expresión que seguramente llevarán a Norma a publicar un día todo un libro de cuentos lésbicos, con una intención lúdica que permita la participación de las lectoras, a Artemisa a definir una postura política positiva en sus personajas sin menoscabo de la experimentación literaria, que sigue implicando búsqueda y a Odette a aceptar, finalmente, que ella crea sus historias a partir de su propia disidencia sexual.

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El recreo de las lesbianas

Ma. Elena Olivera

A Tatiana de la Tierra

Una Muñeca, diría Tatiana, con los labios delineados, las uñas de colores y pestañas rimeladas, seduce con el habla de su cuerpo, invita con la sonrisa y confirma con un levísimo cerrar de ojos. Sabe dejarse montar, acariciar, besar; que le endurezcan los pezones y el clítoris, que le hurguen la vagina, gemir y gritar cuando le encuentra el placer una Dura, diría De la tierra, que se pone pantalones y no se los quita, sabe cómo hablarle a las tetas, se monta en la muñeca y al roce sigue encontrándole el placer, la muerde, rebusca en su vagina, le lame el sexo y la hace gritar otra vez.

Otro día, la Muñeca se pone pantalones (y seguro ni se los quita), sabe entornar el deseo de una mujer; muerde, coge y monta a la Dura que se ha puesto los labios rosados y las uñas de colores. Sabe encontrarle el placer, hablarle a las tetas, hurgarle la vagina. La Dura sabe dejarse hacer, gemir, llorar, gritar y dejarse hacer otra vez.

A veces prefieren ser de Arcilla, ponerse faldas o pantalones y dejárselos quitar, montarse una a la otra, cogerse, hurgarse, morderse, tocar el deseo pezón a pezón, suspirar, gemir, llorar, gritar, a la vez.

Éstas,  duras muñecas de arcilla, son las lesbianas performativas.

 

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Resumen de mi tesis de maestría

Antes y después de Amora, del lesbianismo a la disidencia sexogenérica en la narrativa mexicana (1903-2004)

 

Hace muy poco tiempo que la narrativa y la poesía homosexual han comenzado a ser consideradas un rubro dentro de la literatura, y aunque aún se cuestiona su existencia como tal, hay críticos y académicos que dedican al tema sus estudios, incluso en el Diccionario de Literatura Mexicana Siglo XX, coordinado por Armando Pereira, se destinan algunas páginas a su definición y a la consideración de algunas obras representativas, incluso se distingue a El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata como la primera novela homosexual, y aunque también se menciona Amora de Rosamaría Roffiel como la primera lésbica, en general los estudios no han dado gran importancia a la literatura en torno a la homosexualidad femenina, no obstante que tiene sus propias características. De ahí la importancia del trabajo que ahora les presento.

 

Dividí, en un primer paso, la tesis en tres partes. En la primera expongo los objetivos y la justificación del tema, pero sobre todo, los conceptos, las teorías y los métodos literarios que utilizo, así, en este apartado, que sirve a la vez de introducción, explico el proceso de configuración que propone Paul Ricoeur (cuyos momentos son prefiguración, configuración y refiguración), y la perspectiva de la narrativa que plantea Luz Aurora Pimentel para develar las articulaciones ideológicas de los textos (a partir de los puntos de vista de la trama, del narrador o narradora, de los y las personajes, y del lector o lectora, que pueden ser de tematización estilística, ética, ideológica, afectiva, perceptual, tempo-espacial y cognitiva), asimismo explico la relevancia que tiene el autor implícito, instancia de análisis propuesta por Wayne C. Booth, como responsable de toda elección, estructura narrativa y de la intención de la configuración textual a la que llama retórica de la ficción.

En la segunda parte hice un resumen de la paulatina inclusión de las mujeres en la vida social y literaria a partir de su participación en movimientos, en el desarrollo del feminismo, en la creación de publicaciones periódicas desde las que exigieron un lugar social y político, y se manifestaron en contra de los estereotipos femeninos en la literatura, los cuales surgieron desde la aparición misma de la novela mexicana en los inicios del siglo XIX; la incursión de las mujeres como escritoras, el reconocimiento del deseo sexual femenino con el que se fue dando una literatura que podía permitirse ser erótica desde la perspectiva femenina. Asimismo, hablo del surgimiento de la segunda ola del feminismo y la aparición de las organizaciones homosexuales y lésbicas que sin surgir directamente del movimiento estudiantil del 68, son el resultado de la rebeldía contracultural que cuestionó el autoritarismo, los cánones morales establecidos y la hipocresía social. Este contexto es el que acompaña la incorporación de mujeres como protagonistas en la narrativa, el surgimiento y posterior reconocimiento de las mujeres como escritoras, la creación de personajas y sus deseos a partir de la mirada femenina, y la configuración de las protagonistas homosexuales, primero con un punto de vista negativo y a cargo de escritores, y luego en una conformación positiva a partir de las palabras de escritoras.

 

En la tercera parte, por fin hablo propiamente del lesbianismo y la disidencia sexogenérica en la narrativa, para ello organizo la exposición de los textos en tres apartados: “Las abuelas de Amora”, en el que considero las obras que antecedieron a la primera novela lésbica, “Amora como acto literario político y social” y “La disidencia sexogenérica después de Amora”, para hablar de las nuevas características con que las autoras fueron construyendo su literatura de homosexualidad femenina.

 

Para poder llegar hasta ese punto, comencé por recopilar obra narrativa publicada formalmente que respondiera a la pregunta ¿cómo se configuran los mundos lésbicos?, cometido que me llevó más de tres años de búsqueda en librerías y bibliotecas; pero lo que me permitió conocer la mayoría de los textos fue la consulta personal con compañeras lesbianas, ya que éstos no están catalogados desde esta perspectiva en los lugares en que se almacenan y se venden.

 

En el curso de la investigación encontré que la respuesta a ese primer cuestionamiento sobre la configuración de los mundos lésbicos, es que los textos se repartían en los producidos antes y después de Amora de Roffiel, por lo que tomé esta novela como parteaguas entre un primer periodo de creación en el que se asociaba la homosexualidad de las mujeres con mundos decadentes, de prostitución, delincuencia y con los finales trágicos, y una etapa posterior en la que escritoras configuraron a sus personajas como protagonistas, con características más cercanas a la realidad, en algunos casos como modelo a seguir, pero en la mayoría como seres con defectos y virtudes, que toman un posicionamiento político al manifestarse como disidentes sexogenéricas, en algunos casos en mundos que les son adversos y en otros, en mundos que han adquirido algo similar a lo que se considera la “normalidad” (pero, ¿qué es lo normal sino una simple convención de quienes detentan el poder?).

 

Aunque los discursos narrativos son muy dispares, entre las características comunes a los textos lésbicos de la primera etapa encontramos que: a) en general hay una crítica implícita a las modificaciones de las conductas sociosexuales de las mujeres; b) con excepción de “Las dulces” de Beatriz Espejo, las personajas homosexuales están configuradas de manera negativa, sea en cuanto a su personalidad malvada o enferma, o en cuanto a su destino fatal, sin que afecte el hecho de que en las primeras narraciones, Santa, de Gamboa, Los muros de agua, de Revueltas, y “Raquel Rivadeneira”, de Guadalupe Amor, las lesbianas sean personajas secundarias, y en Figura de paja y “El viento de la ciudad”, protagonistas; c) las personajas secundarias lesbianas sirven de contraste a las protagonistas para resaltar en éstas una menor maldad, una virtud inquebrantable o un titubeo; d) las mujeres homosexuales son personajas recreadas en mundos que no les pertenecen, lo que da cuenta de una pretendida escasez de este tipo de mujeres; por ello resaltan en la narración, sean o no protagonistas; e) en las primeras narraciones se resta importancia a las relaciones sexoamorosas entre mujeres, y se dignifica el amor solidario y asexuado entre ellas; f) no obstante todo lo anterior, se advierte un proceso de apertura que lleva, a finales de los años setenta, a una perspectiva diferente.

 

Al configurar su novela, Roffiel tuvo la intención de contrarrestar un prejuicio no sólo social sino literario, y al buscar una perspectiva estilística-ideológica que le permitiera confrontar de manera tajante la configuración negativa de los mundos lésbicos se adscribió al realismo socialista que utilizó como parodia al dar realce, no a los personajes obreros, sino a las feministas y lesbianas en una crónica doble: la del amor entre Claudia y Guadalupe, en el marco del desarrollo de los movimientos feminista y homosexual, en cuyo transcurso se asume un posicionamiento de izquierda, se lanzan manifiestos sobre el deber ser feminista y lésbico, se confronta a un interlocutor colectivo heteronormativo, y se propone un final esperanzador. Amora de Roffiel es la primera obra literaria de corte narrativo que constituye un acto simbólico de política que se opone al biopoder expresado cotidianamente en la tradición heteropatriarcal dominante, es decir, la primera sobre disidentes sexogenéricas. Al incidir en el realismo socialista Roffiel ha querido entrar en los “cánones” de la literatura lésbica y en los del compromiso feminista-socialista, en una atmósfera del arte que planteaba rupturas con las instituciones artísticas, rompía con las fronteras de los géneros y que ponía los conceptos o las ideas por encima de las formas, el objeto del arte considerado como vehículo para la expresión.

 

Después de Amora, aunque alguna narrativa siguió denostando la homosexualidad femenina y más recientemente otra línea ha querido relatar la vida de mujeres homosexuales que en el tiempo del “destape setentero y ochentero” prefirieron la vida de la tragicomedia, el melodramatismo y los antros, hubo un grupo de escritoras inclinadas a la estructuración literaria, tal vez ante los comentarios algunos críticos (hombres) que habían sido inclementes con Amora, y buscaron estructurar sus novelas y cuentos literariamente dando relevancia a la forma, al experimentar con estructuras contemporáneas, aunque sin descuidar su posicionamiento político, es decir la configuración de personajas no heteropatriarcales y sus mundos, desde la diversidad y la disidencia sexogenérica.

 

Tal es el caso, por ejemplo, de las novelas Dos mujeres de Sara Levi, Réquiem por una muñeca rota de Eve Gil, Sandra, secreto amor de Reyna Barrera, No hay princesa sin dragón de Ana Klein y los cuentos “Con fugitivo paso” de Victoria Enríquez y “La primera revelación” de la propia Rosamaría Roffiel, textos que revisé en mi tesis.

 

Esta narrativa experimenta con distintas conformaciones estéticas en las que se va profundizando en la diversidad de las disidentes, en el reconocimiento del deseo femenino (sin menoscabo de la edad y no necesariamente amoroso) y el ejercicio de la sexualidad (homosexualidad y/o heterosexualidad) como elección y no como imposición o como característica genética, libre de prejuicios. La experiencia lésbica se vinculó primero con personajas construidas negativamente en un ambiente que les es adverso, luego de Amora las personajas se configuran positivamente en un ámbito adverso y, en obras más recientes, la conformación de las personajas es positiva en un contexto que ya no se les opone, o que ya no importa si se opone.

 

Estas obras sobre disidentes sexogenéricas, han sido escritas por mujeres (sin menoscabo de su elección sexual, aunque en su mayoría homosexuales); en cuanto estos textos significan la ficcionalización de miradas femeninas en torno al deseo erótico-amoroso de las mujeres podemos considerar que albergan la posición de autoras implícitas (es decir mujeres); y de igual manera, los relatos conforman reflexiones feministas de la situación lésbica, la intención comunicativa de sus textos, en lo general, apunta a visibilizar y validar el deseo femenino y las relaciones sexo-amorosas entre mujeres; con la ficcionalización de la experiencia lésbica, dichas autoras implicadas confrontan al biopoder (con lo que acceden al campo de lo político) y con ello, evidentemente, son disidentes de la heteronormatividad, sus obras se desarrollan en espacios urbanos contemporáneos en México, y constituyen una crítica a las imágenes prejuiciadas pero también a las conductas machistas de algunas mujeres, buscan trastocar instituciones como la familia y han construido su narrativa con un cierto grado de intertextualidad en propuestas que nos remiten de una manera u otra (por aproximación o diferencia) a la novela de Roffiel.

 

No obstante la diversificación de experiencias ficcionalizadas y de subjetividades lesbianas que se han producido en la narrativa literaria a partir de los años noventa, podemos señalar rasgos en común, para la narrativa más reciente, sin que ello signifique que los textos tengan todas las características enunciadas. El primer vínculo de las novelas que pueden adscribirse en la disidencia sexogenérica es que esta narrativa ha sido escrita por mujeres, la mayoría lesbianas (sin pretender argumentar que los escritores varones no lo puedan hacer, sólo que hasta ahora tienen otra perspectiva con respecto a los siguientes vínculos). El segundo, es la configuración positiva y humana de las protagonistas lesbianas; el tercero, la adscripción al feminismo o a ideas promovidas por éste, si bien ya no volvería a haber una activista feminista como personaja central de las novelas, los textos exponen la vida de diversas mujeres en la opresión y en la libertad, los personajes masculinos, si los hay, son circunstanciales, y de manera no tan evidente como en la obra de Roffiel, los discursos conforman reflexiones feministas de la situación lésbica. Cuarto, sin ser doctrinarias, constituyen una crítica a los arquetipos, estereotipos e imágenes prejuiciadas de las lesbianas así como a las conductas machistas de algunas mujeres homosexuales, pugnan por la desacralización de personalidades y símbolos (como la virgen de Guadalupe, Sor Juana Inés de la Cruz, la figura de la madre, del padre y de los hombres en general), de entidades sociales institucionalizadas (como la familia) y se erigen como una literatura que increpa a la sociedad tradicional en cuanto al ejercicio de la sexualidad y las conductas de género, y al proponer la orientación sexual como elección, sin necesidad de autojustificaciones. El quinto vínculo es la referencia a espacios urbanos reales (mexicanos), contemporáneos, a ambientes cercanos a la vida cotidiana de las mujeres mexicanas del ámbito sociocultural medio y alto, y por último, con base en todos los vínculos anteriores, son construcciones estético literarias (lejanas ya a la propuesta paródica de Amora) que aluden a la posibilidad de una biopolítica diferente a la promovida por el Estado.

 

 

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Cuento

MALENA

                                                                                                                                                                                                         A Luis Brito, autor de "Rubén" 

 

Juega a la casita con Paty Malena no te subas a los árboles Malena ¡te vas a caer! Malena no andes con las rodillas chorreadas Malena no juegues futbol con tus primos Malena no corras Malena bájate de la azotea Malena no comas tanto Malena saluda Malena despídete Malena no juegues con la tierra Malena no te pongas tu vestido amarillo y los calcetines rojos Malena te queda grande la bicicleta de tu hermana Malena no tomes la guitarra de tu hermano Malena eres muy pequeña Malena no menstrúes Malena no preocupes a tu mamá.

 

Córtate el cabello Malena péinate Malena no uses siempre pantalones Malena no confrontes a tu papá Malena ve a misa Malena no reniegues de la Iglesia Malena besa la mano de tu abuelo Malena no cantes canciones de protesta Malena no estés en la calle con tu bicicleta Malena no quieras estudiar canto Malena no tienes voz Malena no hables de socialismo con tus tías Malena no te hagas novia del chico chaparrito y moreno Malena haz caso a ese muchacho tan guapo Malena no hables horas por teléfono con Claudia Malena no te le escondas a Héctor Malena no pongas triste a tu mamá.

 

Usa vestidos Malena estudia una carrera corta Malena no te vistas como ceceachera Malena no te metas a la Facultad de Ciencias Políticas Malena no discutas con tu papá Malena no leas Fem Malena no le escribas a Rosamaría Roffiel Malena no contraríes a tu mamá Malena no busques a alguien como tú Malena no pases horas al teléfono con Silvia Malena no vayas con la psicoanalista Malena no te le escondas a Roberto Malena.

 

Malena no te enamores Malena no le compongas canciones Malena no le cantes por teléfono Malena no andes como en las nubes Malena no seas feliz con ella Malena no traigas a esa mujer a la casa Malena no hagas sentir a tu mamá que la odias Malena no te vayas a vivir con Sara  Malena no seas lesbiana Malena no hagas llorar a tu mamá.

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Cuento

Sirenas

 

Nunca comimos carne humana, sólo buscamos salvar nuestra integridad. Mantener nuestro secreto en el más profundo de los silencios. Ellos inventaron los mitos, pero ¿qué hombre logró salir vivo de nuestra isla para contar nada?

 

La redondez y lisura de los cráneos descarnados, curtidos con la sal marina y el sol, y tallados a fuerza del vaivén de las olas hasta formar fina arena, fueron ideales para cubrir las asperezas de los arrecifes de coral en donde gustábamos de jugar juntas al placer del amor, los gemidos de cientos y cientos de sirenas sobre aquellas islas artificiales eran audibles a muchas millas y las grandes barcas, albergues por un tiempo inmemorial de hombres aislados, hastiados de sus acompañantes y hasta de sí mismos, deseosos de gozar carnes femeninas, se acercaban lo suficiente para que el viento elevara como hermosas melodías mil suspiros heterogéneos en un canto continuado, como si no hubiera pausas para el respiro.

 

Locos de deseo y vanidad se lanzaban al mar para intentar llegar a las islas, donde creían que había mujeres que los recibirían ansiosas también. La mayoría se ahogó antes de llegar aquí, y cuando alguien lo logró hubo que acallarlo para seguir nuestra felicidad sin intrusos. Qué bien que Ulises se hizo atar al mástil, de otra forma se hubiera desilusionado de que las sirenas no quisiéramos devorarlo… de ninguna manera.

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Cuento

                                                                           LLUVIA 

Qué extraña es la sensación de encontrarse suspendida en el vacío; qué fantástica esta elasticidad de reinventarse a cada momento. Aunque debo confesar que como pasa con la piel, el tiempo marca arrugas en la posibilidad de transformación… Me divierto pensando cosas así hasta que miro mis pasos húmedos por los charcos y entonces pisoteo con fuerza y lo salpico todo. En el agua de las banquetas se dibujan ondas con cada gota que salta en el charco formando como pellizcos que se deshacen de inmediato,  las miro y por un momento dudo si las gotas caen o surgen y se elevan… ¡Caen, por supuesto!, la tiranía de la razón no me permite la imagen que de pronto me engaña. Pero me parece lindo que hubiera podido ser así, como si fuera un juego infantil.

 

Entonces me doy cuenta que el cuerpo me cosquillea. ¡Pero si está lloviendo!, ¿será la lluvia fría la que causa el adormecimiento, la anestesia que le da una sensibilidad distorsionada hasta a la más mínima ramificación de mi sistema orgánico? Será por eso que todo parece un sueño a punto de desvanecerse.

 

La gente se repiliega en las salientes de las construcciones, en los toldos de las tiendas para no mojarse, pero no puedo mirarla, son como bocetos difusos llenos de color entre la grisedad de la tarde y me sonrío porque me gusta verlos así tan indefensos, tan inmóviles tras la cortina acuosa… me parecen una pintura impresionista, son sólo puntos con una luz suave.

 

La ciudad está inmóvil y el tiempo adormilado… ¿hace cuanto vi que esa chica la esperaba en el auto?, ¿hace cuanto corrí calle abajo con el dolor atorado en la garganta?, ¿cuánto ha pasado desde que escuché el arranque del motor y se fue? ¿Hace cuanto dijo que ya no había ninguna posibilidad entre las dos? ¿Un instante? ¿Una eternidad?

 

La sensación cálida en mi ojos me vuelve al mundo: ¿Para qué secar las lágrimas si estoy empapada con la lluvia?

 

Sin saber cómo, me veo dentro del autobús rumbo casa (espero) , chorreando, haciendo caminitos de agua por donde paso. Me quedo parada en donde no moje a nadie más. Alguien me observa: un niño me mira sin intimidarse, no como el resto de la gente que finge posar su mirada en otros lados…  mira mis lágrimas y entonces nos sonreímos cómplices los dos, porque hasta entonces todos creían que el agua que inunda la ciudad tan sólo era lluvia.

           

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